En la última semana fueron asesinadas en México
al menos 18 personas. Doce de ellas murieron cuando hombres armados entraron a
un palenque clandestino en Cuajinicuilapa y abrieron fuego la noche del domingo
8 de noviembre.
“Todo parece que hay un enfrentamiento entre
grupos rivales del área”, adelantó el fiscal de Justicia de Guerrero, Miguel
Ángel Godínez, al día siguiente de la masacre, a la que prefieren llamar
ejecución. (Noticieros Televisa 9/nov/2015)
Un día antes, cinco cuerpos fueron encontrados en
la plaza de toros Lauro Luis Longoria, en Nuevo Laredo, Tamaulipas.
Los cuerpos de los hombres que tenían entre 20 y
35 años fueron abandonados sobre el pavimento, sin ningún documento que
permitiera identificarlos, pero sí con las manos atadas con cinta canela,
huellas de tortura y los rostros cubiertos.
(Excélsior 8/11/2015)
Apenas el martes un hombre fue asesinado en
Tijuana. Tenía varios impactos de arma de fuego. (Zeta 11/nov/2015)
Son los muertos de los que da cuenta la prensa en
una búsqueda rápida en Google. Sólo los ciudadanos de cada municipio, de cada
colonia de este País saben cuántos más. Lo que sí sabemos es que ninguno de
ellos inició un movimiento mediático de grandes magnitudes para “abrir las
puertas” a cualquiera de los que estaban huyendo de la balacera en el palenque.
Que ninguno subió decenas de fotos de los cuerpos de Tamaulipas exigiendo
justicia e investigación del caso. Que un muerto solo hará ruido en este
conteo, porque los muertos en nuestras calles, con balazos y puñaladas se han
vuelto cosa de todos los días.
El viernes al menos 120 personas fueron
asesinadas –no ejecutadas, ojo– en diversos atentados en París. Junto con
ellos, cientos de tweets con reportes en tiempo real aparecían en nuestras
computadoras alrededor del mundo y decenas de videos se viralizaban en la red
para dar cuenta de lo que unos y otros habían alcanzado a presenciar. En
Periscope, usuarios que estaban en las inmediaciones del estadio o del Bataclán
llegaron a tener más de 8 mil personas conectadas simultáneamente para ver sus
reportes.
De inmediato, la sociedad civil francesa y de
algunos de sus países vecinos comenzaron el movimiento #ouvrelaporte, a través
del cual ofrecían espacio en sus hogares, un sillón, una recámara, el cuarto de
servicio, para que aquellos que no podían regresar a sus hogares en las
inmediaciones de las zonas atacadas pudieran dormir allí, para que las víctimas
colaterales tuvieran refugio, para arropar a los que lo necesitaban.
Las fotos muestran hombres y mujeres corriendo
entre pánico y detonaciones, tal como ocurrió con los que se reunieron en el
palenque de Guerrero; muestran rostros desfigurados y cuerpos a medio vestir,
como con los cadáveres en Tamaulipas; exhiben a ciudadanos tirados en as calles
con varios impactos de bala, como el de Tijuana. La diferencia es que nadie se
ha atrevido a decir que se lo merecían, o que fueron “ejecutados”, o que
seguramente se trataba de un enfrentamiento entre grupos rivales: los
“infieles” franceses contra el Estado Islámico. Nadie asume que hay ciudadanos
que se merecen ser lastimados por vivir donde viven, por vestir como visten, o
por preservar tradiciones y costumbres de sus lugares de origen.
En México las botas y los sombreros son costumbre
en los poblados de provincia: así han visto los niños vestir a sus abuelos y a
sus padres, así vestirán ellos. En zonas de rancherías es además común que la
gente vaya armada, no hay módulos de policía cercanos y ellos tienen que
proteger sus tierras y sus vacas de lo que sea: ladrones o predadores. Y lo
hacen a balazos, lo han hecho así desde tiempos inmemorables.
En México ir a los palenques es, a veces, la
única diversión a la que tienen acceso los jóvenes en provincia. Hay poblados
en los que ni siquiera hay luz para organizar una fiesta con algo de música,
así que los adolescentes se juntan, alguno toca una guitarra y los demás beben.
Cuando llega la feria del pueblo con su palenque todos lo abarrotan: ahí sí hay
luz, sí hay música, en una de esas hasta hay alguien que les gusta y a quien
puedan cortejar después de la noche del palenque. Ahí hay también gallos y la
oportunidad de ganarse unos pesos apostándole al animal que crío el amigo, el vecino,
el papá del cuñado. La misma diversión que las personas de las grandes ciudades
–antro, apuestas, baile, alcohol– sólo que con nombres diferentes que los
estereotipan.
No minimizo la tragedia en Francia, espero que
cada uno de los familiares de las personas muertas y heridas encuentre la
fuerza para levantarse y seguir adelante. Pero me entristece ver perfiles de
Facebook con banderas francesas en solidaridad con sus muertos y luego leer que
en México seres humanos se merecen morir por ir a un palenque y que seguro
“estaban metidas en algo” porque estaban en un enfrentamiento entre grupos
rivales.
Por qué no abrir la puerta a otras formas de
pensar. Por qué no dejar de ver con estereotipos a nuestros conciudadanos que,
igual que casi todos están viendo cómo sobrevivir y buscan un rato de diversión
en fin de semana. Por qué no dejar a las autoridades hacer la guerra al crimen
organizado (como planea hacerlo Hollande contra el EI) y empezar nosotros a
eliminar de nuestro vocabulario la palabra ejecución, la idea de que alguien se
merece ser asesinado de varios balazos o la resignación al ni siquiera exigir
que se investigue el homicidio de cinco personas.
Por qué no dejar de estar
acostumbrados al dolor, a la tragedia, a las desapariciones y los homicidios a
diario y abrir la puerta a nuestros vecinos, a conocernos y reconocerlos para
no ser ajenos a todo, para que no muera nadie más en este País sin que ello nos
cause una indignación profunda y nos levante a exigir investigaciones sólidas y
resultados contundentes antes de etiquetar a nuestros muertos.