miércoles, 4 de diciembre de 2013

Aniversario

Fue como en película muy cursi... Empezó exactamente con dos tipos que no tienen nada que ver bailando a la mitad de una bodega vieja con un vitral enorme por el que se colaba la luz de la luna, sonaba Duncan Dhu con "A tu lado"...

Luego esas mariposas que se vuelven nauseas con llamadas en medio del día a día, con un café en casa con música de elevador de fondo, con una de las peores películas que hayamos visto sólo por el pretexto de estar cerca, de olernos, de vernos. Y después la magia de tocarnos, de descubrir la vida en cada centímetro de la piel del otro y hacernos cómplices.

Han sido años de buscarnos, de intuir que el otro está ahí, de acariciarnos, lastimarnos y lamernos las heridas; de ser a veces más amigos que novios y luego más amantes que esposos, de ser soporte y caída libre, de acostumbrarnos y desacostumbrarnos, de crecer y crecer y no parar; años de amarnos, a veces a destiempo, últimamente exactamente igual.

Nos hemos vuelto complemento, de ese que puede decirse de frente qué está mal; de ese que puede desear con rabia dejar de ver al otro, y luego se reconcilia desde la palabra, desde el corazón, sí en la cama, pero también por teléfono, en el whats o en donde sea. Complemento de ese al que le bastan 10 minutos de retroalimentación para seguir avanzando, de ese que igual puede hablar de política que de cocina, y que puede mostrar posturas divergentes, y regañar e imponer, y luego esperar, en silencio, a que los ánimos se calmen y se nos antoje ver una película otra vez cerca, medio encimados.

No he conocido un hombre más honesto, un papá más comprometido, ni un mejor periodista; por encima de todo lo admiro profundamente y aprendo todos los días de despertar junto a él.

Lo veo igual bailar que cantar, lo veo enfurecerse y convertirse en superhéroe en 10 minutos, lo veo buen amigo, buen hijo, medio mal borracho y pésimo a la hora de elegir decoración para la casa; me río cuando llega de madrugada, sin hacer ruido y se pega y mienta madres quedito, para no despertar; me enloquezco cuando recorre el mundo y no contesta el celular; y me gusta cuando dejamos fuera que somos papás, o profesionistas, o peleadores profesionales por un comportamiento cívico, y me abraza fuerte y me dice "mi niña".

Hoy sumamos años juntos y anoche también fue cursi. También como en película de amor, en medio de una noche helada, llegó a casa con flores y me besó y me dijo que es feliz por pasar estos años conmigo. Yo soy más feliz, yo cuento las horas para que vuelva y me emociona que me ame tal como soy, a pesar de que seguimos sin tener nada que ver.

Te amo Coco, con toda mi alma, y creo en ti. Feliz aniversario.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Papá

El martes llevé a JP a la heladería y pedimos un banana split. Más de lo que un plátano con tres bolas de helado y medio kilo de chantillí pueden removerte el estómago, ese momento me removió recuerdos...

Hace unos 25 años, un domingo como cualquier otro, abrieron en Ciudad Guzmán una heladería Bing. Fue un gran acontecimiento para un pueblo pequeñito, a cuyo cine las películas llegaban 3 meses después.

Mi papá me llevó aquel domingo a descubrir cuál era la novedad. Con sus pasos largos, sus jeans, sus manos huesudas y su actitud cool todo el tiempo, cruzamos las calles del jardín principal viéndonos como en una foto de paparazzi en la que Mick Jagger huye de las fotos de la mano de una niña.

Lo recuerdo entonces bronceado un poco y con el pelo alborotado por el viento; me recuerdo tratando de imitar su paso saltando a toda velocidad.

Cuando llegamos pedimos un banana split con dos bolas de vainilla y una de fresa --no me gusta el helado de chocolate--, nos sentamos en una de las mesitas que había dentro del local y nos lo comimos juntos. Había que comérselo rápido, aunque me hubiera gustado saborear más lento los pedacitos de nuez mezclados con el helado y el chantillí... Rápido porque a papá le gustaba tanto como a mí, y sus bocados eran más grandes y su boca más veloz. Nos divertíamos.

Me gustaba comer helado con mi papá y, tal vez durante un par de años, fue un ritual familiar que me hacía feliz. Sin importar si hacía un calor que te quemara las orejas o si el frío del  invierno no te dejaba respirar, papá y yo nos sentábamos a comer banana split y platicar de cuál bola era más rica o si la próxima vez deberíamos pedir una nueva combinación.

Luego ya no hubo Bing, ni Ciudad Guzmán y papá se fue. Me lo robó una enfermedad que lo mantiene más tiempo viviendo una ilusión en lugar de palpar momentos reales como aquel de la heladería. Las pocas veces que marca escucho lo que dice y es tan distinto a lo que oía cuando me contaba historias y me llevaba a trabajar... Pero su voz es siempre igual de tierna, y me gusta creer que quizá, en alguna parte de su cabeza, él aún recuerda y sonríe de vez en cuando.