domingo, 1 de diciembre de 2013

Papá

El martes llevé a JP a la heladería y pedimos un banana split. Más de lo que un plátano con tres bolas de helado y medio kilo de chantillí pueden removerte el estómago, ese momento me removió recuerdos...

Hace unos 25 años, un domingo como cualquier otro, abrieron en Ciudad Guzmán una heladería Bing. Fue un gran acontecimiento para un pueblo pequeñito, a cuyo cine las películas llegaban 3 meses después.

Mi papá me llevó aquel domingo a descubrir cuál era la novedad. Con sus pasos largos, sus jeans, sus manos huesudas y su actitud cool todo el tiempo, cruzamos las calles del jardín principal viéndonos como en una foto de paparazzi en la que Mick Jagger huye de las fotos de la mano de una niña.

Lo recuerdo entonces bronceado un poco y con el pelo alborotado por el viento; me recuerdo tratando de imitar su paso saltando a toda velocidad.

Cuando llegamos pedimos un banana split con dos bolas de vainilla y una de fresa --no me gusta el helado de chocolate--, nos sentamos en una de las mesitas que había dentro del local y nos lo comimos juntos. Había que comérselo rápido, aunque me hubiera gustado saborear más lento los pedacitos de nuez mezclados con el helado y el chantillí... Rápido porque a papá le gustaba tanto como a mí, y sus bocados eran más grandes y su boca más veloz. Nos divertíamos.

Me gustaba comer helado con mi papá y, tal vez durante un par de años, fue un ritual familiar que me hacía feliz. Sin importar si hacía un calor que te quemara las orejas o si el frío del  invierno no te dejaba respirar, papá y yo nos sentábamos a comer banana split y platicar de cuál bola era más rica o si la próxima vez deberíamos pedir una nueva combinación.

Luego ya no hubo Bing, ni Ciudad Guzmán y papá se fue. Me lo robó una enfermedad que lo mantiene más tiempo viviendo una ilusión en lugar de palpar momentos reales como aquel de la heladería. Las pocas veces que marca escucho lo que dice y es tan distinto a lo que oía cuando me contaba historias y me llevaba a trabajar... Pero su voz es siempre igual de tierna, y me gusta creer que quizá, en alguna parte de su cabeza, él aún recuerda y sonríe de vez en cuando. 


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