viernes, 2 de mayo de 2014

Qué ganas de fastidiar

Llevo a JP a un parque con arenero. Ya sé que de vuelta el coche quedará hecho un asco y que tendré que lavarle el pelo tres veces para que todo salga. Pero las dos horas de diversión y creatividad para él —y de relax para mí— lo valen.

Pero mientras estamos aquí noto que la mayoría de los papás no se relajan, es más, se esfuerzan: porque los niños se diviertan como ellos dicen, porque no se ensucien demasiado, porque no les dé el sol. Con ellos yo sólo veo niños con cara de fastidio.

Yo no sé desde cuando se puso de moda que los papás teníamos que meternos en los juegos de los hijos. Está padre jugar con ellos, pasar tiempo juntos, pero su espacio, ese en el que hablan con amigos imaginarios y se vuelven chefs-paleontólogos-superhéroes es sólo de ellos.

Yo jugaba con plantas a que eran mis hijas y, si me portaba bien, podía salir a jugar encantados o bote pateado. La única intervención de mi mamá era cuando gritaba que me metiera, y nadie respingaba.

Todo ha cambiado tanto. Este interés por ser súper mamás nos ha convertido en un fastidio y a ellos les ha robado su intimidad.

Ya sé que el post se lee medio intolerante, pero mejor escribí, porque estaba a punto de decirle a la loca de al lado que deje en paz al pobre niño, con el enorme riesgo de llevarme un bofetón...

jueves, 1 de mayo de 2014

Nostalgia

Yo procuro no ver atrás. Hasta hoy me ha funcionado…

Pero hay mañanas, hay música, hay viento que te trae de vuelta momentos y que te pone de frente con que tienes ya 30 y tantos…

La mayoría de mis amigas dicen que aún somos muy jóvenes y que no dejarán de ser chavorrucas y eso. Yo digo que 30 no son 20, ni 18, y que hay días, y acordes que te lo recuerdan y te invaden en medio del pecho llenos de nostalgia.

Y entonces empiezas a extrañar. No a personas, no cosas en particular, sino esa sensación de que podías hacerlo todo, sin límites, que no había que ahorrar un peso para pasar un fin de semana extraordinario en la casa de alguien en Cuernavaca o para reventarte de jueves a domingo, sin prisas, sin culpas y sin crudas. De que lo que más doliera en la vida fuera que el sujeto que te gustó en la última fiesta no te peló, o ¡peor aún! que le haya gustado más tu amiga.

Sentir que te enamoras cada noche de alguien nuevo y te vuelan mariposas y te descubres renovada a la mañana siguiente, aunque ni siquiera le hayas rozado la mano y no lo vuelvas a ver. Saber –y no sólo desear con todo tu corazón– que puedes comer cualquier cosa, a cualquier hora, tu piel seguirá teniendo veintitantos y tu estómago lo digerirá en minutos.

Foto: Tomada de blog.enfemenino.com
Perderte en el transporte público leyendo un libro de Neruda, pasarte de la estación y tener que volver corriendo porque pierdes la clase.

Eso, ir a la prepa, mejor aún, a la universidad. Abrazar a los amigos a diario sin saber que un día, dentro de unos 15 años, estarás a kilómetros de donde están ellos y querrás con todo tu corazón uno de esos abrazos que parecían triviales.

Hay mañanas pues, que deberían convertirse en noches para que el antojo de una cerveza no fuera mal visto, para que pudieras meterte en las cobijas y echar un par de lágrimas por el tiempo que se fue.

Hay mañanas en que la vida te dice que lo que ha pasado te ha convertido en lo que eres y que eso es bueno, pero en las que no puedes evitar desear, al menos por un día, uno de asueto como este, regresar el tiempo, recuperar lo trivial, volver a sentir los abrazos, asolearte en Cuernavaca o leer en el metro, sí, en el metro, en la Línea 2, por increíble que parezca…