martes, 1 de marzo de 2016

Move likes… the smartphone?

Llevé anoche a mi hijo de 7 años a ver el primer concierto que Maroon 5 ofreció en México con su gira Maroon V World Tour, y debo confesar que no me gustó lo que vi. Y no, no me refiero al grupo: no soy su fan, me sé tres o cuatro de sus canciones y me parece que Adam Levine pierde su enorme sensualidad teñido de rubio, pero mi desencanto no tuvo nada que ver con eso.

En realidad, lo que no me gustó fue el público: miles de adolescentes, la mayoría mujeres, que más allá de disfrutar el concierto estaban grabándolo, o tratando de captar una buena selfie para compartirla de inmediato en redes sociales. Pasaban canciones enteras tratando de que su red funcionara para ser las primeras en subir su imagen con filtro en instagram o facebook.
Hace más de 20 años el filósofo y científico australiano David Chambers planteaba que el entorno funcionaba como parte de nuestra mente, y que no había distinción entre la mente, el cuerpo y lo que hay alrededor. Entonces ponía el ejemplo de el lápiz y el papel como receptáculos de la memoria. En 2011, en una charla TED, advirtió que la tecnología que usamos "se ha vuelto parte de nuestra mente, extiende nuestra mente y nos vuelve parte del mundo".
Eso fue lo que vi ayer, memorias extendidas hacia los celulares. A nadie le importaba ver con sus ojos los brazos tatuados del vocalista o el movimiento del cabello lacio del guitarrista; querían verlo a través de una pantalla, la de su celular. Parecía que no contaba que estuvieran ahí, escuchando en vivo a su banda, sintiendo los beats rebotar en los oídos y en el resto del cuerpo, o disfrutando de la compañía de sus amigas. Al menos no contaba si sus amigos del face no se enteraban que estaban ahí, o si no podían compartir los beats por Vine, aunque la sensación ni por mucho se pareciera. Más que la extensión de su memoria, parecía que los smartphones se estaban volviendo en una extensión de sus sentimientos: ahí quedaban atrapadas la emoción, el llanto, las ganas de bailar y de llorar por ver a su grupo en vivo. Ahí quedaban, encapsuladas, las ganas de besar al de al lado, de abrazar a las amigas para cantar juntas, de esconder la cara para lagrimear un poco por los recuerdos que nos traen las primeras notas de "This Love", ahí la indignación por ver a un hombre de 37 años hacer puchero porque no sabe hilar un par de frases en español a pesar de que ha recorrido Latinoamérica al menos tres veces con sus giras de conciertos.
Apenas iniciaba una canción icónica, como "She Will Be Loved" --que tocaron en versión acústica-- se veían miles de teléfonos encendidos, buscando la mejor toma para guardar en la memoria del celular. No estaban prendidas las lámparas para acompañar el concierto como lo hacíamos antes con encendedores, no, eran justamente sus pantallas, para almacenar ahí, en lugar de hacerlo en el corazón, la emoción de escuchar ese arreglo por única vez.
Luego del momento romántico, ya casi para terminar la noche, empezó "Move Likes Jagger", adelante de mí, otra mamá que había terminado por aprenderse todas las canciones de la popular agrupación, se levantó a bailar de inmediato. Disfruté tanto verla, era un oasis en en desierto tecnológico: sonreía, bailaba, movía los brazos y gritaba a cada movimiento de caderas del popular Levin. Ni siquiera recuerdo su cara, pero me pareció tan hermosa y tan llena de luz bailando allí, a la mitad de miles de fans que ni siquiera conservarán en sus memorias lo que vieron allí: no lo harán porque ya lo registraron las memorias de sus smartphones.
Al final me paré a bailar con ella, me olvidé de los teléfonos, terminé mi cerveza y cerré el concierto muy divertida con "Sugar", que mi bebé también se paró a bailar. Él también era un remanso, al menos por ahora, porque, sin pensar que podía tener un video, coreó las canciones que se sabía, se sentó en las que no conocía, se rió mucho con el baile de "Move Like Jagger" y brincó mientras escuchaba "Sugar". Deseé en ese momento que conservara esa alegría de vivir dentro de él, y no en un dispositivo externo. Me propuse intentar alargar esa alegría real, palpable el mayor tiempo posible. No puedo evitar que crezca, pero intentaré que vea a través de sus ojos, y escuche a través de sus oídos todo lo que alcance a mostrarle antes de que se digitalice.
Mi problema anoche no fue que pareciera que la mayoría de los que estaban ahí no lo estaban disfrutando, eso podría ser un simple desfase generacional, un estatus que ya no entiendo. No, el problema es que de acuerdo con Chambers cuanto más extendemos nuestras mentes hacia receptáculos activos más difícil se vuelve mantener el control de nuestra memoria: no sabemos dónde empiezan nuestros recuerdos, ni donde terminan; hacemos crecer la memoria colectiva, a través de las redes sociales, pero reducimos la memoria individual lentamente. Generamos emociones digitales y abandonamos las reales.

jueves, 25 de febrero de 2016

Es complicado


¿Por qué cuando la vida es más fácil nos la complicamos tanto? ¿Será una tendencia del ser humano o una costumbre que implica la tan conocida culpa de las mujeres latinas, que frena el estatus de felicidad perfecta?
No recuerdo un momento de mi vida tan pleno ni tan productivo como este: soy mamá, soy profesionista en mi especialidad y estoy estudiando un doctorado. Estoy recién casada --a pesar de que llevo años con mi esposo, apenas firmamos--, hago ejercicio todos los días y me escapo los fines de semana a disfrutar familia y a amigos. Perfecto balance.
Pero tal vez la palabra perfecto sea demasiado. Tal vez hay cosas que no estoy viendo. A lo mejor la imperfecta... ¡soy yo!
Jajajajaja... Qué susto... Esa es una risa nerviosa, una reacción natural ante una revelación desagradable. Creo que siempre he tenido un carácter difícil. Es más no, no lo creo, estoy segura. Hay días que no me aguanto ni yo ¿les ha pasado?
Creo que no estoy descubriendo el hilo negro, ya Freud había advertido sobre el autoboicot, tan común en nuestra sociedad, tan arraigado entre las mujeres de mi generación: el masoquismo moral expresa la necesidad de castigo, de sentirse víctimas debido a un sentimiento de culpa inconsciente. El masoquista boicotea las oportunidades que tiene de ser feliz, aunque no necesariamente padece un trastorno determinado. Es decir, no estoy loca, sólo soy mujer, latina y estoy en mis treinta y tantos.
No recuerdo hacerme tantas preguntas en el pasado. No recuerdo la culpa durante mi época universitaria. Pero en alguna parte del camino a la vida adulta comencé a cuestionarme si merecía ciertas cosas --a pesar de que he trabajado toda mi vida por conseguirlas-- y a sentirme mal por obsesionarme con mi vida profesional, pues descuidaba mi rol de madre. 
No sé en qué parte nos activan el chip, pero constantemente escucho a amigas, colegas o ex compañeras de la universidad y hasta de la maestría justificando sus decisiones, con el horrible afán de convencerse a sí mismas de que han tomado las opciones correctas: unas decidieron ser mamás, y repiten hasta el cansancio que el tiempo con sus hijos es valiosísimo y que ya habrá tiempo de desarrollarse profesionalmente. Luego pintan una sonrisa a medias y cambian de tema. No, no es cierto, a los 40 y tantos no habrá tiempo para arrancar una carrera de cero en un país como este o, en su caso, será 40 veces más difícil. Pero si ya es una decisión tomada no tenemos porque convencernos de que es la correcta. Oigo a otras asegurar que la apuesta profesional era lo mejor, que quedarse solteras y sin hijos fue la mejor decisión de sus vidas, y que les permite viajar por el mundo y acomodar sus días y sus noches como les dé la gana. Pero luego las oigo decir que son gordas y feas y que se les fue el tren. Me oigo a mí diciendo que hay cosas en mi vida que son temporales "mientras mi hijo crece un poco", y lo uso de pretexto para convencerme de que todo va bien.
Ahora, lo cierto es que todo va bien, pero necesito dejar de convencerme de eso y recibirlo. Fluir como dice mi maestro de yoga. O repetir el carma de Ralph el Demoledor "soy malo y eso es bueno...", o algo así. 
Lo que digo es que hay días en los que no pasa nada, pero me pasa todo. Días en los que mi hábito de fumadora se revela y se me antoja tanto una bocanada de humo para atarantar mis neuronas; en los que preferiría tomar mi bolsa, sentarme en algún bar y tomarme una cerveza, en lugar de regresar a casa a hacer la cena, alistar el uniforme y cenar atún para no subir de peso. No sé si me boicoteo, como aseguraba Freud, o nomás soy mujer, en crisis de los 30 y tantos, queriendo ser chavorruca pero madurando contra mi voluntad.


La verdad es que después de ceder a una bocanada de marlboro rojos me parece que en efecto todo está bien, sólo hay días malos... 

sábado, 14 de noviembre de 2015

#ouvrelaporte

En la última semana fueron asesinadas en México al menos 18 personas. Doce de ellas murieron cuando hombres armados entraron a un palenque clandestino en Cuajinicuilapa y abrieron fuego la noche del domingo 8 de noviembre.

“Todo parece que hay un enfrentamiento entre grupos rivales del área”, adelantó el fiscal de Justicia de Guerrero, Miguel Ángel Godínez, al día siguiente de la masacre, a la que prefieren llamar ejecución. (Noticieros Televisa 9/nov/2015)

Un día antes, cinco cuerpos fueron encontrados en la plaza de toros Lauro Luis Longoria, en Nuevo Laredo, Tamaulipas.

Los cuerpos de los hombres que tenían entre 20 y 35 años fueron abandonados sobre el pavimento, sin ningún documento que permitiera identificarlos, pero sí con las manos atadas con cinta canela, huellas de tortura y los rostros cubiertos.  (Excélsior 8/11/2015)

Apenas el martes un hombre fue asesinado en Tijuana. Tenía varios impactos de arma de fuego. (Zeta 11/nov/2015)

Son los muertos de los que da cuenta la prensa en una búsqueda rápida en Google. Sólo los ciudadanos de cada municipio, de cada colonia de este País saben cuántos más. Lo que sí sabemos es que ninguno de ellos inició un movimiento mediático de grandes magnitudes para “abrir las puertas” a cualquiera de los que estaban huyendo de la balacera en el palenque. Que ninguno subió decenas de fotos de los cuerpos de Tamaulipas exigiendo justicia e investigación del caso. Que un muerto solo hará ruido en este conteo, porque los muertos en nuestras calles, con balazos y puñaladas se han vuelto cosa de todos los días.

El viernes al menos 120 personas fueron asesinadas –no ejecutadas, ojo– en diversos atentados en París. Junto con ellos, cientos de tweets con reportes en tiempo real aparecían en nuestras computadoras alrededor del mundo y decenas de videos se viralizaban en la red para dar cuenta de lo que unos y otros habían alcanzado a presenciar. En Periscope, usuarios que estaban en las inmediaciones del estadio o del Bataclán llegaron a tener más de 8 mil personas conectadas simultáneamente para ver sus reportes.

De inmediato, la sociedad civil francesa y de algunos de sus países vecinos comenzaron el movimiento #ouvrelaporte, a través del cual ofrecían espacio en sus hogares, un sillón, una recámara, el cuarto de servicio, para que aquellos que no podían regresar a sus hogares en las inmediaciones de las zonas atacadas pudieran dormir allí, para que las víctimas colaterales tuvieran refugio, para arropar a los que lo necesitaban.

Las fotos muestran hombres y mujeres corriendo entre pánico y detonaciones, tal como ocurrió con los que se reunieron en el palenque de Guerrero; muestran rostros desfigurados y cuerpos a medio vestir, como con los cadáveres en Tamaulipas; exhiben a ciudadanos tirados en as calles con varios impactos de bala, como el de Tijuana. La diferencia es que nadie se ha atrevido a decir que se lo merecían, o que fueron “ejecutados”, o que seguramente se trataba de un enfrentamiento entre grupos rivales: los “infieles” franceses contra el Estado Islámico. Nadie asume que hay ciudadanos que se merecen ser lastimados por vivir donde viven, por vestir como visten, o por preservar tradiciones y costumbres de sus lugares de origen.

En México las botas y los sombreros son costumbre en los poblados de provincia: así han visto los niños vestir a sus abuelos y a sus padres, así vestirán ellos. En zonas de rancherías es además común que la gente vaya armada, no hay módulos de policía cercanos y ellos tienen que proteger sus tierras y sus vacas de lo que sea: ladrones o predadores. Y lo hacen a balazos, lo han hecho así desde tiempos inmemorables.

En México ir a los palenques es, a veces, la única diversión a la que tienen acceso los jóvenes en provincia. Hay poblados en los que ni siquiera hay luz para organizar una fiesta con algo de música, así que los adolescentes se juntan, alguno toca una guitarra y los demás beben. Cuando llega la feria del pueblo con su palenque todos lo abarrotan: ahí sí hay luz, sí hay música, en una de esas hasta hay alguien que les gusta y a quien puedan cortejar después de la noche del palenque. Ahí hay también gallos y la oportunidad de ganarse unos pesos apostándole al animal que crío el amigo, el vecino, el papá del cuñado. La misma diversión que las personas de las grandes ciudades –antro, apuestas, baile, alcohol– sólo que con nombres diferentes que los estereotipan.

No minimizo la tragedia en Francia, espero que cada uno de los familiares de las personas muertas y heridas encuentre la fuerza para levantarse y seguir adelante. Pero me entristece ver perfiles de Facebook con banderas francesas en solidaridad con sus muertos y luego leer que en México seres humanos se merecen morir por ir a un palenque y que seguro “estaban metidas en algo” porque estaban en un enfrentamiento entre grupos rivales.

Por qué no abrir la puerta a otras formas de pensar. Por qué no dejar de ver con estereotipos a nuestros conciudadanos que, igual que casi todos están viendo cómo sobrevivir y buscan un rato de diversión en fin de semana. Por qué no dejar a las autoridades hacer la guerra al crimen organizado (como planea hacerlo Hollande contra el EI) y empezar nosotros a eliminar de nuestro vocabulario la palabra ejecución, la idea de que alguien se merece ser asesinado de varios balazos o la resignación al ni siquiera exigir que se investigue el homicidio de cinco personas. 

Por qué no dejar de estar acostumbrados al dolor, a la tragedia, a las desapariciones y los homicidios a diario y abrir la puerta a nuestros vecinos, a conocernos y reconocerlos para no ser ajenos a todo, para que no muera nadie más en este País sin que ello nos cause una indignación profunda y nos levante a exigir investigaciones sólidas y resultados contundentes antes de etiquetar a nuestros muertos.



viernes, 16 de enero de 2015

El dentista... o el insoportable miedo se vuelve realidad

Ayer llevé a JP al dentista a que le pusieran una corona en una muela que se le rompió. Iba tranquilo y la consulta avanzaba normal: gritos de repente, el ruido de la fresa, un ataque de tos. De pronto todo cambió.

Durante el ataque de tos la doctora no lo incorporó, JP jaló aire y se tragó la corona. Acto seguido ella se puso histérica, lo golpeaba con fuerza en la espalda. Como no funcionó intentó hacerlo vomitar, él escupió la sangre que tenía en la boca y todos entramos en pánico.

Luego, radiografía, el pediatra y, en la noche, reírnos un poco de que ahora tendremos que esperar a que la expulse.

Afortunadamente no fue nada grave, pero me quedé pensando ¿estamos listos para que la vida dé un vuelco? ¿por qué los seres humanos damos todo por hecho en lugar de dar importancia a cada momento y cada cosa que ocurre?

Mientras manejaba del consultorio de la dentista al hospital pensaba en detalles pequeños: si había abrazado a JP lo suficiente, si estaba satisfecha de la vida que había construido para él, si no había sido muy autoritaria, exageradamente gritona o poco tolerante algunas veces. Entre un pensamiento y otro espejeaba para asegurarme de que respiraba bien y veía sus ojitos hinchados y asustados.

Pensaba que hay días en los que me llama a jugar con él y yo le pido que me espere porque estoy haciendo la comida o contestando alguna llamada del trabajo, y luego ya no insiste y se pone a hacer algo más. Recordaba también que cuando me decido a patear el balón o tomar el control del Xbox termino divirtiéndome tanto como él. Me reproché por hacerme tanto del rogar.

Foto: www.revmedicaelectronica.sld.cu
Cuando llegamos al hospital lo revisaron con un aparato muy moderno de rayos x con el que antes de tomar la foto puedes ver en una pantalla cada parte del cuerpo hasta encontrar lo que buscas. Se me escapó una lágrima espiando su pequeño cuerpecito. 

Encontramos la corona en el estómago, ya muy cerca del intestino. No sólo tuvimos suerte de que no se hubiera ahogado, sino que tiene buena digestión ¡fiuf!

Finalmente, cuando escuché a su pediatra en el teléfono riéndose de mi anécdota pude respirar con calma otra vez: nada que mucha fibra y un par de idas al baño no resuelvan.

Aunque todo estaba bien no podía quitarme de la cabeza la fragilidad de la vida, lo fácil que es acostumbrarse a situaciones o cosas, y lo rápido que todo puede cambiar. Me proponía, como siempre que uno sufre un susto grande, cambiar de actitud, jugar más con él, ser mejor mamá.

Pensaba eso y que he odiado al dentista desde que tengo uso de memoria. Le tengo pánico y ahora sé por qué...

jueves, 8 de enero de 2015

Reyes Magos

Los Reyes Magos llegaron a la casa con un par de cajas con un juguete que no se les ocurrió dejar armado, así que desde las 9:00 de la mañana que JP descubrió sus regalos hasta las 2:00 de la tarde su madre --obviamente yo-- estuvo sentada en el piso, quebrándose la espalda y la cabeza tratando de unir las 758 piezas para por fin poder jugar con él.
Foto: sermadreunaaventura.com

A esa hora entré al Facebook y ¡oh sorpresa! había miles de fotos con los regalos que los hijos de mis contactos habían recibido de Reyes...

¿Se ha vuelto Facebook la nueva cafetería favorita de las mamás que antes se reunían al salir de la escuela para presumir lo que ellas y sus hijos tenían? ¿De verdad necesitamos con tanta urgencia presumir a los cuatro vientos lo buenos padres que somos? ¿O más bien hemos encontrado en la red social la herramienta para justificar que trabajamos tanto, que tenemos que dejar a los hijos con los abuelos o en la guardería por horas, para poder comprar todo lo que piden? ¿Lo estaremos haciendo bien como papás?

Cuando yo era niña los Reyes eran medio autoritarios: dejaba una carta en la que pedía una cosa a cada uno, pero al día siguiente sólo llegaba una cosa de las que había pedido; además, dejaban invariablemente un juego de mesa y alguna muñeca. Aún así mi hermano y yo los esperábamos ansiosos y nos sentíamos siempre muy felices. Mi hermano aseguró muchos años que una noche de Reyes que necesitó ir al baño en la noche alcanzó a ver la pompa del elefante.

Cuando el regalo era una bici, o el año que mi hermano recibió su patineta, nos salíamos con los amigos para jugar hasta que se metía el sol o alguno se caía y terminaba en el hospital.

Un año llegó un Nintendo y entonces nos fuimos a casa de mis primos y jugamos todo el día juntos mientras los papás y mi abuela comían y tomaban café.

Luego el regreso a clases para platicar qué te habían traído, pero nada más.

No recuerdo a mi mamá hablando con sus hermanas o con sus amigas de los regalos, o enseñándoles fotos de lo que había comprado con su gran esfuerzo y el de su marido. Es más, no recuerdo que nunca me tomaran fotos con mis regalos de Reyes, al amanecer aquello se volvía una locura de pasitos descubriendo los regalos y luego una batalla en el cuarto de los papás para que te ayudaran a abrir todo y jugaran contigo.

No recuerdo tampoco que mi hermano y yo necesitáramos el árbol repleto de regalos. Tampoco mis primos, ni siquiera los que tenían más dinero que nosotros. Muchas veces recibíamos a los Reyes en casa de alguna tía porque viajábamos a visitarlos, y para todos era lo mismo: tres regalos, con suerte algo que hubieras pedido.

Lo que sí recuerdo es al grupo de mamás pesadas (al que mi mamá perteneció algún tiempo, no crean que me salvo) que se reunían las tardes de los jueves a presumir lo buenos hijos que tenían. Es más, el fenómeno todavía ocurre entre las mamás de la clase de música de JP... Aún le huyo.

La mayoría de estas personas, entre mis contactos de Face, también le huyen a esas poses de mami perfecta, pero luego veo eso y me pone a pensar en la necesidad de demostrar, al menos en las redes que somos exactamente eso a lo que aspiramos: que viajamos mucho, que trabajamos duro, que comemos en buenos lugares, que tenemos buenos maridos y que nuestros hijos pueden tenerlo todo.

He visto muchas veces a mamás en el futbol tomarles fotos a sus hijos, subirlas al face y luego quedarse revisando su timeline durante todo el partido, sin echar porras, sin checar que los niños se barrieron 20 veces hasta que consiguieron tocar el balón. He comido con antiguas compañeras que toman selfies del grupo aunque luego no tengamos nada de qué hablar y la reunión termine aburrida y sin una cita para vernos de nuevo.

Últimamente checo poco el Face, entre los anuncios y las fotos de "Comiendo struddel con el amor de mi vida en Fannys" se ha vuelto bastante fastidioso. Pero me gustaba al principio y todavía me sorprende de vez en cuando cuando veo fotos divertidas de amigas que salen a correr y encuentran alebrijes en Reforma, o de los bebés que acaban de nacer; me gustan las fotos que alguien toma sin que el otro se dé cuenta y luego consigue una bella composición, o las propuestas de mis amigos fotógrafos. Me gustan las anécdotas, los mensajes contestatarios, las propuestas para crear algo, los chistes, sobre todo los que no lo eran de origen pero consiguen hacerte reír todo el día.

Me gustan las invitaciones para vernos y abandonar un rato los dispositivos y computadoras y sentarnos a platicar o a jugar un juego de mesa, como esos que cada año me dejaban esos Reyes Magos.

Aunque tal vez sólo estoy de ardida porque nunca me trajeron la máquina de raspados...

viernes, 2 de mayo de 2014

Qué ganas de fastidiar

Llevo a JP a un parque con arenero. Ya sé que de vuelta el coche quedará hecho un asco y que tendré que lavarle el pelo tres veces para que todo salga. Pero las dos horas de diversión y creatividad para él —y de relax para mí— lo valen.

Pero mientras estamos aquí noto que la mayoría de los papás no se relajan, es más, se esfuerzan: porque los niños se diviertan como ellos dicen, porque no se ensucien demasiado, porque no les dé el sol. Con ellos yo sólo veo niños con cara de fastidio.

Yo no sé desde cuando se puso de moda que los papás teníamos que meternos en los juegos de los hijos. Está padre jugar con ellos, pasar tiempo juntos, pero su espacio, ese en el que hablan con amigos imaginarios y se vuelven chefs-paleontólogos-superhéroes es sólo de ellos.

Yo jugaba con plantas a que eran mis hijas y, si me portaba bien, podía salir a jugar encantados o bote pateado. La única intervención de mi mamá era cuando gritaba que me metiera, y nadie respingaba.

Todo ha cambiado tanto. Este interés por ser súper mamás nos ha convertido en un fastidio y a ellos les ha robado su intimidad.

Ya sé que el post se lee medio intolerante, pero mejor escribí, porque estaba a punto de decirle a la loca de al lado que deje en paz al pobre niño, con el enorme riesgo de llevarme un bofetón...

jueves, 1 de mayo de 2014

Nostalgia

Yo procuro no ver atrás. Hasta hoy me ha funcionado…

Pero hay mañanas, hay música, hay viento que te trae de vuelta momentos y que te pone de frente con que tienes ya 30 y tantos…

La mayoría de mis amigas dicen que aún somos muy jóvenes y que no dejarán de ser chavorrucas y eso. Yo digo que 30 no son 20, ni 18, y que hay días, y acordes que te lo recuerdan y te invaden en medio del pecho llenos de nostalgia.

Y entonces empiezas a extrañar. No a personas, no cosas en particular, sino esa sensación de que podías hacerlo todo, sin límites, que no había que ahorrar un peso para pasar un fin de semana extraordinario en la casa de alguien en Cuernavaca o para reventarte de jueves a domingo, sin prisas, sin culpas y sin crudas. De que lo que más doliera en la vida fuera que el sujeto que te gustó en la última fiesta no te peló, o ¡peor aún! que le haya gustado más tu amiga.

Sentir que te enamoras cada noche de alguien nuevo y te vuelan mariposas y te descubres renovada a la mañana siguiente, aunque ni siquiera le hayas rozado la mano y no lo vuelvas a ver. Saber –y no sólo desear con todo tu corazón– que puedes comer cualquier cosa, a cualquier hora, tu piel seguirá teniendo veintitantos y tu estómago lo digerirá en minutos.

Foto: Tomada de blog.enfemenino.com
Perderte en el transporte público leyendo un libro de Neruda, pasarte de la estación y tener que volver corriendo porque pierdes la clase.

Eso, ir a la prepa, mejor aún, a la universidad. Abrazar a los amigos a diario sin saber que un día, dentro de unos 15 años, estarás a kilómetros de donde están ellos y querrás con todo tu corazón uno de esos abrazos que parecían triviales.

Hay mañanas pues, que deberían convertirse en noches para que el antojo de una cerveza no fuera mal visto, para que pudieras meterte en las cobijas y echar un par de lágrimas por el tiempo que se fue.

Hay mañanas en que la vida te dice que lo que ha pasado te ha convertido en lo que eres y que eso es bueno, pero en las que no puedes evitar desear, al menos por un día, uno de asueto como este, regresar el tiempo, recuperar lo trivial, volver a sentir los abrazos, asolearte en Cuernavaca o leer en el metro, sí, en el metro, en la Línea 2, por increíble que parezca…