jueves, 25 de febrero de 2016

Es complicado


¿Por qué cuando la vida es más fácil nos la complicamos tanto? ¿Será una tendencia del ser humano o una costumbre que implica la tan conocida culpa de las mujeres latinas, que frena el estatus de felicidad perfecta?
No recuerdo un momento de mi vida tan pleno ni tan productivo como este: soy mamá, soy profesionista en mi especialidad y estoy estudiando un doctorado. Estoy recién casada --a pesar de que llevo años con mi esposo, apenas firmamos--, hago ejercicio todos los días y me escapo los fines de semana a disfrutar familia y a amigos. Perfecto balance.
Pero tal vez la palabra perfecto sea demasiado. Tal vez hay cosas que no estoy viendo. A lo mejor la imperfecta... ¡soy yo!
Jajajajaja... Qué susto... Esa es una risa nerviosa, una reacción natural ante una revelación desagradable. Creo que siempre he tenido un carácter difícil. Es más no, no lo creo, estoy segura. Hay días que no me aguanto ni yo ¿les ha pasado?
Creo que no estoy descubriendo el hilo negro, ya Freud había advertido sobre el autoboicot, tan común en nuestra sociedad, tan arraigado entre las mujeres de mi generación: el masoquismo moral expresa la necesidad de castigo, de sentirse víctimas debido a un sentimiento de culpa inconsciente. El masoquista boicotea las oportunidades que tiene de ser feliz, aunque no necesariamente padece un trastorno determinado. Es decir, no estoy loca, sólo soy mujer, latina y estoy en mis treinta y tantos.
No recuerdo hacerme tantas preguntas en el pasado. No recuerdo la culpa durante mi época universitaria. Pero en alguna parte del camino a la vida adulta comencé a cuestionarme si merecía ciertas cosas --a pesar de que he trabajado toda mi vida por conseguirlas-- y a sentirme mal por obsesionarme con mi vida profesional, pues descuidaba mi rol de madre. 
No sé en qué parte nos activan el chip, pero constantemente escucho a amigas, colegas o ex compañeras de la universidad y hasta de la maestría justificando sus decisiones, con el horrible afán de convencerse a sí mismas de que han tomado las opciones correctas: unas decidieron ser mamás, y repiten hasta el cansancio que el tiempo con sus hijos es valiosísimo y que ya habrá tiempo de desarrollarse profesionalmente. Luego pintan una sonrisa a medias y cambian de tema. No, no es cierto, a los 40 y tantos no habrá tiempo para arrancar una carrera de cero en un país como este o, en su caso, será 40 veces más difícil. Pero si ya es una decisión tomada no tenemos porque convencernos de que es la correcta. Oigo a otras asegurar que la apuesta profesional era lo mejor, que quedarse solteras y sin hijos fue la mejor decisión de sus vidas, y que les permite viajar por el mundo y acomodar sus días y sus noches como les dé la gana. Pero luego las oigo decir que son gordas y feas y que se les fue el tren. Me oigo a mí diciendo que hay cosas en mi vida que son temporales "mientras mi hijo crece un poco", y lo uso de pretexto para convencerme de que todo va bien.
Ahora, lo cierto es que todo va bien, pero necesito dejar de convencerme de eso y recibirlo. Fluir como dice mi maestro de yoga. O repetir el carma de Ralph el Demoledor "soy malo y eso es bueno...", o algo así. 
Lo que digo es que hay días en los que no pasa nada, pero me pasa todo. Días en los que mi hábito de fumadora se revela y se me antoja tanto una bocanada de humo para atarantar mis neuronas; en los que preferiría tomar mi bolsa, sentarme en algún bar y tomarme una cerveza, en lugar de regresar a casa a hacer la cena, alistar el uniforme y cenar atún para no subir de peso. No sé si me boicoteo, como aseguraba Freud, o nomás soy mujer, en crisis de los 30 y tantos, queriendo ser chavorruca pero madurando contra mi voluntad.


La verdad es que después de ceder a una bocanada de marlboro rojos me parece que en efecto todo está bien, sólo hay días malos...